Estrella del Bajo Carrion



Hace ya tiempo que es más que una moda. Se ha convertido ya en toda una categoría dentro del turismo en general. El turismo gastronómico se dirige no solo como pudiera parecer a personas que gusten del arte del buen comer, como chefs o gourmets,
sino a que esta enfocado a todo tipo de gente dispuesta a experimentar una nueva aventura culinaria.

Las actividades del turismo gastronómico no se centran sólo en la asistencia a restaurantes donde se sirvan platos, sino que abarca otros aspectos como jornadas gastronómicas dedicadas a algún producto de temporada en particular, actividades de recolección de algún producto para su posterior preparación y degustación, visitas a mercados y tiendas de venta de productos alimenticios locales, etc. Su objetivo no sólo es el de visitar, sino el de probar y sorprenderse con nuevos sabores y/o preparaciones culinarias.


Y este tipo de turismo se realiza no solo a grandes y reconocidos templos de la gastronomía nacional o internacional, sino también a otros lugares y establecimientos sin tanto nombre, e incluso con difícil ubicación, pero con un encanto y una dedicación por parte de sus propietarios que son un ejemplo de la calidad humana que solo tienen las personas que verdaderamente aman lo que hacen. Y si la pasada semana os hablábamos de Petit Komite, hoy os traemos de nuevo un establecimiento similar, pero esta vez en tierras de Castilla, el Hotel y Restaurante Estrella del Bajo Carrión.


Está ubicado en un pequeño pueblo de Palencia (Villoldo) de Carrión y lo primero que llama la atención es que está relativamente escondido. No hay ningún cartel ni en los alrededores ni en el propio edificio que indique que aquello es un hotel-restaurante. Los alrededores son tierras de campos con llanuras infinitas protegidas por los montes del norte de Palencia y su entorno las calles de un pequeño pueblo palentino. Es como si funcionara por el boca a boca. Y eso, paradójicamente, ya parece una buena señal.

Después de 34 años, las hermanas Pedrosa, Pilar, Mercedes y Paula - junto a Alfonso, hijo de Pilar, que obra en la cocina-, decidieron reinventar su hotel, transformarlo en un lugar hecho a su medida, según su particular forma de entender la hostelería, donde ofrecer a sus clientes un trato personalizado y exquisito.


Después de una cuidada reforma, hecha con tanto sentido y alma como si fuera de la propia familia por la interiorista Concha Rodriguez del estudio Telone, los protagonistas son el color y los blancos. Color para la sala del restaurante, de altísimos techos y muy luminosa gracias a su inmenso ventanal. Un espacio diáfano cuidadosamente diseñado y decorado con personalidad, muebles de diseño nórdico, sillas vintage, piezas intemporales de Alvar Aalto, enormes arañas rescatadas de un teatro, lámparas de Castiglione de los años 60 y alfombras de importación. Y blancos para las habitaciones , mínimas en carga estética, máximas en calidad, en las que junto a mobiliario mas funcional se ha hecho hueco tambien a piezas de diseño con firmas como la del mismísimo Philippe Starck.


Como ya parece que es “norma” estos curiosos restaurantes vienen acompañados de un recoleto hotel de pocas habitaciones, en este caso al tratarse de un edificio de una sola planta, todas las habitaciones dan al jardín por una generosa terraza corrida a la sombra de sauces y plátanos. Cuenta también con una biblioteca de ambiente íntimo gracias a una pequeña chimenea y ventanas al jardín; y un salón de billar-vinoteca personal y acogedor, con largas mesas corridas de nogal bajo lámparas italianas de los años 50 y una mesa de billar, además de la bodega abierta para elegir el vino.

En la cocina priman los productos de calidad y eso se nota. El restaurante es reseñado en todas las guías gastronómicas como uno de los mejores de la zona. Sorprende por su calidad, buen gusto y originalidad, sin desviarse un ápice de los sabores tradicionales de la tierra.


En fin, como dicen en su propia web: “¿Un restaurante con hotel? ¿un hotel con restaurante? Un lugar y un entorno donde no caben las prisas, donde después de una deliciosa comida, lo que apetece es compartir historias en la chimenea o disputar una partida de billar … y si se hace tarde, pasar la noche en una acogedora habitación”.



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