Hace unos días manteníamos una charla con un empresario que había recurrido a un reconocido estudio de interiorismo para realizar la reforma de su local. El, en parte, estaba contento con el resultado: desde el punto de vista estético el resultado era muy atractivo.
El problema, se quejaba, es que no era una tienda práctica, tenía fallos de funcionamiento y además la ejecución tampoco era la esperada, y eso que se había gastado más dinero del pensado en un principio y la duración de las obras también se había demorado, con el consiguiente perjuicio que ello también le había supuesto.
Nosotros, en parte por corporativismo, le comentamos que el local había quedado espectacular y que como tal aparecería en diversas publicaciones con la repercusión en publicidad que eso le supondría. En cuanto a que los trabajos se hubiesen alargado en el tiempo, se puede perdonar porque cuando uno ve el resultado final se olvida de eso y además es una instalación perdurable en el tiempo.
A título personal si tenemos que decir que el precio cobrado por la reforma nos parece excesivo con arreglo al mercado y que los acabados y detalles estaban desde luego lejos de lo óptimo: las barras para poner exponer el producto con el peso se estaban viniendo abajo, los registros de la máquina de aire acondicionado estaban en el sitio equivocado, la iluminación general era muy buena pero no así la del producto… El espacio era un decorado fantástico pero se había olvidado que también tenía que estar hecho para vender.
Es cierto que no se evolucionaria sin arriesgarse y sacar a veces las cosas de su contexto, por ejemplo en arquitectura la Casa Farnsworth de Mies van der Rohe supuso un hito en la historia de la arquitectura, aunque su dueña denunciara después al arquitecto por haber hecho una casa inhabitable. Nosotros creemos que en el mundo del interiorismo tiene que haber también instalaciones singulares que sirvan de referencia e influyan en lo que se hará posteriormente - tiendas como la de Prada en NY de Rem Koolhas o Jigshaw de John Pawson influyeron en la estética comercial para tiendas posteriores -, pero deberían, precisamente por eso, estar también bien ejecutadas, ser un ejemplo no solo estético sino también técnico.
Personalmente nos gusta especialmente el trabajo de Pawson y cuando Calvin Klein abrió su tienda en la Calle Ortega y Gasset en Madrid diseñada por él fuimos a verla entusiasmados, pero la decepción surgió al ver la calidad de los acabados: hornacinas de pladur torcidas, suelos de hormigón cuarteados nada más abrir... Y eso que también en este caso el dinero gastado fue mucho y por una marca de prestigio.
Lo cierto es que este tipo de interiores impactantes que podemos encontrar en revistas y blogs de diseño suelen estar ligados a grandes marcas que deben dar una imagen a un público fiel que acude a ellas por lo que significan y el producto que hay detrás, y no son tanto una tienda realizada como “maquina” para vender de las tiendas con producto de precio medio. Las tiendas de las que hablamos son como un decorado que complementa y da valor añadido al producto.
Pero aun así, como hemos comentado en otras ocasiones, el diseño - y el interiorismo no es más que diseño de interiores -, tiene que ser a la vez estético y cumplir la función para la que se ha pensado; si nos olvidamos de esto puede ser una obra de arte muy bonita, pero poco útil.
Las imágenes que ilustran esta entrada son una muestra de lo que queremos decir: en este caso un ejemplo de diseño espectacular y buena ejecución, aunque probablemente también el coste haya sido “espectacular”; pertenecen a la Flagship de la zapatería Stuart Weitzman en Milan diseñada por la arquitecta Zaha Hadid.
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